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Fue contratado para devolver la grandeza o solo para blindar a los dueños

El presente del equipo refleja un ciclo repetitivo que encamina a otro año de fracasos, bajo la conducción de nuevos dueños que aún no definen si quieren un club ganador o una vitrina de talentos.

El inicio del 2025 estuvo marcado por el clamor de los hinchas, que pedían refuerzos y la salida de Farre. Sin embargo, los problemas extradeportivos ajenos al club golpearon la imagen institucional, mientras una dirigencia parecía más preocupada en proteger la figura de su jefe que en apostar por las aspiraciones deportivas de un equipo a punto de afrontar la Copa Libertadores.

Sucedió lo que el 95% de los hinchas temían. La dirigencia repitió su discurso de siempre: “estamos completos, el equipo está a la altura de la competición”. La realidad fue otra, una vergüenza internacional, la mayor humillación en la Copa Libertadores, ese mismo torneo que alguna vez estuvimos cerca de conquistar.

Luego llegaron las manifestaciones y la presión desde todos los ángulos posibles, lo que generó una reacción dirigencial al traer a un ídolo y cambiar de entrenador. Esa decisión encendió la esperanza de volver al rumbo ganador, de no conformarse con competir o celebrar títulos a medias, sino de ser campeones de verdad. Llegaba alguien con carácter que pidió autonomía y lo dejó claro desde el inicio, o me dejan decidir o me voy, al menos eso se asumía, pero la realidad fue totalmente distinta.

 

 

Necesitamos manejar la ansiedad

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Se asumía que con la experiencia de Autuori y de Uribe, sumada a sus personalidades, todo cambiaría. Nada más alejado de la realidad. Se abrió el libro de pases y Cristal pedía cambios a gritos, pero el modelo económico de la empresa dueña del club volvió a imponerse.

Lejos de priorizar lo deportivo, la dirigencia optó por cuidar la economía del club, una que según ellos se mantiene estable. La necesidad de liberar sueldos para poder contratar se volvió evidente, un reflejo de un modelo económico que no responde a un calendario futbolístico convencional, sino a cortes empresariales. Ese esquema, basado en previsiones, carece de urgencia deportiva y termina imponiendo la lógica empresarial por encima de la necesidad futbolística.

El club se maneja como una empresa o quizá también como un partido político, donde quienes deberían servir a la institución parecen más preocupados en cuidar sus puestos de trabajo y proteger la relación con su jefe antes que actuar con razón. Uribe, después de treinta días de gestión, se ha dedicado a desfilar por distintos podcast intentando limpiar la imagen de una dirigencia que arrastra un problema evidente de comunicación. Dice que saben lo que la hinchada quiere, pero que no van a actuar en base a esos reclamos. Y entonces la pregunta cae por sí sola, ¿acaso no es más de lo mismo?

No se trata de lo que el hincha quiere, se trata de lo que el hincha entiende al elegir amar al club más grande y al modelo institucional que aún representa en el Perú. El hincha de Cristal sabe lo que es competir a nivel internacional, sabe lo que es salir campeón, sabe lo que significa un tricampeonato o que un grande del fútbol nos reconozca por nuestro buen juego. Entonces, ¿qué hay de malo en la petición del hincha? O acaso la dirigencia también lucha por cambiar la visión que nos hizo hinchas de corazón, orgullosos de nuestro escudo.

Estos nuevos dueños llegaron a una institución para aprender, no para gestionar. Desde Luque hasta Uribe solo cambiaron las caras, pero el discurso sigue siendo el mismo. Ya son cinco años acumulados de mala gestión. Uribe no es la solución, porque su tono irónico y su escudo de ídolo tienen fecha de caducidad. ¿Qué esperamos, que venga otro dirigente a dar un nuevo discurso? Lo que se necesita es que quienes realmente manejan nuestra institución entiendan dónde están y qué representa Sporting Cristal. No basta con ser hinchas de ocasión, se requiere convicción. La terquedad y la soberbia de quien hoy es dueño del club deben terminar, de lo contrario las malas decisiones deportivas, contractuales y la pésima relación con el hincha seguirán marcando el rumbo. El hincha llena el Gallardo por amor a la institución, aunque los dirigentes todavía crean que es por su gestión. La pregunta es inevitable, ¿todos viven cegados o la soberbia de haber llegado a un club tan grande los confunde? No llegaron por méritos, llegaron por amiguismos, y ahí radica gran parte del problema.

 

Para muchos, la venta del club aparece como la solución y con ella llegaría la posibilidad de renovar la alegría y la esperanza. Sin embargo, queda claro que hoy el escudo ha pasado a un segundo plano, relegado por intereses que poco tienen que ver con la grandeza deportiva que representa Sporting Cristal.