En la historia de Sporting Cristal, pocos nombres despiertan tanta emoción y respeto como el de Roberto “Chorri” Palacios. Más que un jugador talentoso, el Chorri encarna la identidad de todo un club: rebeldía hecha fútbol, coraje frente a cualquier obstáculo y un amor inquebrantable por los colores celestes. Su figura trasciende generaciones, uniendo a padres, hijos y nietos en la misma pasión: ver al número 10 con la zurda bendita que tantas alegrías regaló.

Nacido en La Victoria en 1972, Palacios llegó a Sporting Cristal cuando apenas era un joven con un sueño. Debutó en 1991 y rápidamente se convirtió en titular, demostrando que su talento no era casualidad, sino fruto de carácter, picardía y una técnica privilegiada. Su zurda se volvió temida por defensas rivales y adorada por la hinchada celeste, que veía en él a un distinto: alguien capaz de cambiar un partido con una gambeta o un pase inesperado.
Con Cristal, el Chorri conquistó títulos nacionales en 1991, 1994, 1995 y más adelante en 2005, demostrando que su vigencia iba más allá de los años. Fue pieza clave del equipo que dominó el fútbol peruano en la primera mitad de los 90, y su fútbol deslumbró tanto que pronto dio el salto al extranjero. En 1997, año en que Cristal alcanzó la histórica final de la Copa Libertadores, Palacios no pudo estar en la cancha defendiendo la celeste, porque en ese momento jugaba nada menos que en el Cruzeiro de Brasil, rival de Cristal en aquella final. Una coincidencia que para muchos hinchas resultó tan curiosa como dolorosa, pero que no empaña su legado.
El Chorri dejó una marca profunda en el fútbol peruano: disputó más de 100 partidos con la selección nacional, participó en eliminatorias y Copas América, y anotó goles inolvidables que hicieron vibrar a todo un país. Con la bicolor, mostró la misma rebeldía que lo caracterizaba en Cristal: nunca se escondió, siempre pidió la pelota y siempre creyó que se podía soñar más allá de la adversidad.
Su celebración, llevando la mano a la frente como saludando a la tribuna, se convirtió en un gesto icónico que unió a hinchas de todas las edades. Cada gol del Chorri no era solo un tanto más en las estadísticas; era un grito compartido, una descarga de alegría y orgullo por ver a uno de los nuestros brillar. Dentro y fuera de la cancha, supo ser líder, ejemplo y referencia para las nuevas generaciones que crecieron soñando con imitar sus gambetas.
Palacios también tuvo pasos exitosos por México, Ecuador y Brasil, pero siempre dejó claro que Cristal era su casa. Volvió para ser campeón en 2005, demostrando que el tiempo podía pasar, pero su talento y su compromiso seguían intactos. Más allá de los títulos, lo que lo hizo leyenda fue su forma de entender el fútbol: con pasión auténtica, con la convicción de que defender una camiseta no es solo jugar bien, sino sentirla como parte de uno mismo.
Hoy, el Chorri es mucho más que una página brillante en la historia de Sporting Cristal: es un símbolo que explica por qué este club es diferente. Su historia inspira a los que sueñan con vestir la celeste y recuerda que el fútbol es también memoria, identidad y corazón. Su zurda educada en el barrio, su carisma y su entrega total lo convirtieron en algo más grande que un ídolo: en un pedazo vivo del alma celeste.
Roberto “Chorri” Palacios no necesitó estar en la final del 97 para ser eterno. Porque su legado está en cada niño que sueña con una gambeta imposible, en cada hincha que saluda con la mano a la frente después de un gol, y en cada persona que entiende que el fútbol se juega, sobre todo, con el corazón.